
Este escritor hace correctamente la asociación entre la tecnocracia y el transhumanismo y cómo mantienen la misma visión mecanicista del mundo sobre el futuro utópico/distópico. Esta visión radical del mundo choca con más del 95 por ciento de la población del mundo y, sin embargo, es tan tiránica como cualquier cosa vista en la historia. ⁃ Editor TN
En los ámbitos tanto de la tecnocracia como del transhumanismo, existe una creencia compartida, un espíritu afín, por así decirlo. Esta creencia sostiene que la ciencia y la tecnología no son sólo herramientas o comodidades, sino más bien las piedras angulares de un futuro utópico, una sociedad perfecta.
Es una visión seductora, un sueño ambicioso en el que los límites de la humanidad no sólo se amplían sino que se rediseñan por completo mediante el poder de la gestión científica y la integración tecnológica. Profundicemos en esta filosofía, empezando por sus raíces en la tecnocracia.
El término en sí, «tecnocracia», fue acuñado en 1919, pero fue en 1938 cuando cristalizó en una ideología más definida. Los tecnócratas sostienen que los políticos y las formas tradicionales de gobierno no están preparados para manejar los problemas modernos. En cambio, abogan por una sociedad gobernada por expertos técnicos: científicos, ingenieros y tecnólogos, aquellos que entienden el intrincado funcionamiento de sistemas complejos, ya sean en energía, transporte o economía.
Este modelo de gobernanza se sustenta en una profunda confianza en la metodología científica. Los tecnócratas creen que mediante una gestión cuidadosa, racional y científica de los recursos se puede lograr una sociedad más eficiente, equitativa y próspera. El atractivo es claro: las decisiones no se toman por capricho de la política, sino sobre la base sólida de los datos, la lógica y la experiencia.
El transhumanismo encaja con la tecnocracia en su entusiasmo por la tecnología, pero requiere un enfoque más personal. Mientras que la tecnocracia se ocupa de los sistemas sociales, el transhumanismo se centra en la propia condición humana.
Es una filosofía o movimiento que aboga por mejorar la experiencia humana mediante la aplicación de tecnología. No se trata sólo de hacer la vida más fácil o más larga; se trata fundamentalmente de mejorar las capacidades humanas: cognitivas, físicas y emocionales.
Imaginemos, por un momento, un mundo donde los humanos se fusionan con la tecnología de manera tan fluida que la línea entre biología y tecnología se vuelve borrosa. Los transhumanistas sueñan con un futuro en el que superemos las limitaciones biológicas, en el que el envejecimiento, la enfermedad y quizás incluso la muerte ya no sean inevitables.
Pero esta visión, por muy inspiradora que parezca, no está exenta de críticas. Abundan las preocupaciones éticas. En un mundo tecnocrático, ¿quién decide qué es eficiente o equitativo? En un futuro transhumanista, ¿quién tendrá acceso a estas tecnologías que alteran la vida?
Existe el temor de que una sociedad así pueda exacerbar las desigualdades o, peor aún, crear nuevas formas de división entre los «mejorados» y los «no mejorados». Luego está la cuestión de la humanidad misma. Al aumentar nuestras capacidades físicas y mentales, ¿corremos el riesgo de perder algo esencial del ser humano?
Existe un delicado equilibrio entre mejora y pérdida, entre adquirir nuevas habilidades y perder nuestra naturaleza intrínseca. En sus propias palabras, los tecnócratas ven su enfoque como la “ciencia de la ingeniería social”. Esta frase capta tanto la promesa como la arrogancia de la tecnocracia y el transhumanismo.
Sugiere una creencia en el poder de la ciencia no sólo para comprender el mundo, sino también para remodelarlo según principios racionales. Sin embargo, también insinúa una especie de arrogancia, la suposición de que las cuestiones sociales y éticas complejas pueden eliminarse tan fácilmente como los problemas técnicos.
A medida que continuamos avanzando tecnológicamente, estas filosofías nos ofrecen una lente a través de la cual ver nuestro futuro, un futuro que es tan apasionante como incierto. El desafío radica en navegar este terreno de manera reflexiva, reconociendo el potencial de la tecnología para transformar la sociedad para mejor, y al mismo tiempo siendo conscientes de las profundas cuestiones éticas y las implicaciones sociales que tales transformaciones implican.
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