El ministro de Universidades, Manuel Castells, es uno de los rostros más insípidos y desconocidos del actual gobierno social-comunista. Podría parecer otro vetusto septuagenario enchufado en un ministerio y perteneciente al sector más inofensivo del ejecutivo español del dúo Sánchez e Iglesias. Sin embargo, la dimensión real del personaje es dantesca.
Castells, de 78 años, bebió de las fuentes del grupo radical maoísta español llamado “Bandera roja”, donde echó parte de su juventud envolviéndose entre arengas a favor de la dictadura proletaria y la revolución de Mao Tse Tung. También apreciando los frutos de la “revolución cultural” de la China comunista, que en el aspecto universitario supusieron vaciar de contenido las titulaciones universitarias, abreviar la duración académica, conectar al estudiante no con los libros sino con las fábricas y politizar todas las asignaturas.
El tic totalitario marxista de juventud no ha sido perdido por el ministro Castells, que ante La Sexta y en un mensaje cargado de odio dialéctico contra Vox afirmó que es necesario ”controlar las redes sociales e intervenirlas” porque hay “millones de robots” repitiendo y extendiendo mensajes a favor de los bulos de la ultraderecha.
El anciano Ministro lució una vez más la paranoia persecutoria de su obseso gobierno y el apetito por acallar al molesto oponente en la única vía de expresión libre que éste posee: las redes sociales, cada vez más intoxicadas, por cierto, por la acción de los “verificadores” censores de ultraizquierda “Newtral” y “maldita.es”.
Manuel Castells no sólo mantiene el tic maoísta de sus años jóvenes en las formas perseguidoras, incorregibles desde su época de revolucionario comunista de salón. El tic también está presente en sus ínfulas de pervertidor y destructor de la Universidad española.
La reforma universitaria que prepara el Ministerio de Castells pretende reducir la duración de los grados de 4 a 3 años (las antiguas licenciaturas eran de 5 años); conectar a los estudiantes con empresas públicas, administraciones y ONGs aumentando los créditos fuera de las titulaciones del 15 al 25 por cien; las becas se circunscribirán al nivel económico exclusivamente y no al mérito académico; y, cómo no, se prevé la inclusión de contenidos sobre «igualdad de género» en los programas de todas las titulaciones.
Buena parte del estrechado tiempo de los nuevos grados se dedicará a hablar de algo tan imperioso y necesario como igualdad de género, objetivos del milenio, derechos humanos o ecología. En el proyecto presentado por Castells se estableces que “entre los principios generales que deberán inspirar el diseño de los nuevos títulos, los planes de estudios deberán tener en cuenta los Objetivos de Desarrollo Sostenible y, en particular, que cualquier actividad profesional debe realizarse desde el respeto a los derechos fundamentales y de igualdad entre hombres y mujeres, debiendo incluirse, en los planes de estudios, enseñanzas relacionadas con dichos derechos, conforme a las competencias inherentes al título”. Se deberán tener en cuenta enseñanzas relacionadas con «el respeto y promoción de los Derechos Humanos y los principios de accesibilidad universal y diseño para todas las personas» con discapacidad, así como con «los valores propios de una cultura de paz y de valores democráticos».
¿En qué se resume todo este albañal diarreico de corrección política progre inserto en el proyecto de Castells y que apela a falsos derechos, supuestos valores ecologetas y a una neo-lengua absurda pero efectista? En contundente adoctrinamiento universitario.
Adoctrinamiento; recorte de las asignaturas y vaciamiento de contenido; simplificación de las carreras e imposición de la ideología empalagosa… A eso quiere reducir la Universidad Manuel Castells y ésa es, precisamente, la situación que vivían las Universidades chinas inspiradas por el comunista Mao Tse Tung al que Castells rendía su tributo juvenil.
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José Miguel Pérez