Sólo los tragacionistas se niegan a aceptar, por ejemplo, que China ha ocultado deliberadamente (con la ayuda impagable de los mamporreros de la OMS) los orígenes del virus.
Sólo los tragacionistas se niegan a reconocer que la plaga coronavírica ha propiciado los más variopintos experimentos de biopolítica e introducido prácticas de disciplina social completamente arbitrarias e irracionales (empezando, por cierto, por el uso de mascarillas en espacios abiertos) que se ciscan en los tan cacareados ‘derechos’ y ‘libertades’ de las antaño opíparas y hogaño escuálidas democracias.
Sólo los tragacionistas se niegan a asumir que la plaga ha sido utilizada como excusa por gobernantes psicopáticos para devastar las economías locales, provocando la ruina de infinidad de pequeños negocios, condenando al paro a millones de personas y favoreciendo la hegemonía de las grandes corporaciones transnacionales.
Sólo los tragacionistas se niegan a discernir las burdas manipulaciones, medias verdades y orgullosas mentiras que han propagado nuestros gobernantes y sus voceros mediáticos durante el último año.
Sólo los tragacionistas se niegan a discutir la eficacia de medidas restrictivas caprichosas y confinamientos desproporcionados que, además, han tenido altísimos costes sociales y económicos.
Sólo los tragacionistas se niegan a admitir que las vacunas son una terapia experimental que se está administrando sin cumplir los plazos y los protocolos de seguridad establecidos y cuyos efectos secundarios no se han explorado suficientemente (aunque, desde luego, sus efectos bursátiles sean de sobra conocidos).
Sólo los tragacionistas, en fin, se niegan a examinar todas estas evidencias, tal vez porque si lo hicieran tendrían que confrontarse con su estupidez gregaria y su sometimiento lacayuno a las consignas sistémicas.
–
Son estos tragacionistas, pues, los auténticos negacionistas, que con tal de sentirse abrigaditos en el rebaño renuncian a la ‘nefasta manía de pensar’. Pues el ‘negacionismo’, aparte de un empeño desquiciado en prescindir de la realidad, es también un anhelo gregario, una penosa necesidad de buscar protección y falsa seguridad en conductas tribales.
Y no hay conducta más tribal que tragarse las versiones oficiales sin someterlas a juicio crítico, señalando además como réprobos a quienes osan ponerlas en entredicho. Tal vez esos réprobos suelten de vez en cuando alguna parida; pero al menos no regurgitan el pienso que se reparte a los borregos.
–
FUENTE Y LEER COMPLETA: Juan Manuel De Prada en