
Popularmente se tiene al superviviente como un personaje prodigioso, como una suerte de ungido que pudo burlar a la muerte en diversos desafíos impuestos por circunstancias ajenas a su voluntad; un individuo que nadie esperaba ni imaginaba que poseía habilidades tan excepcionales para momentos en donde se requiere tenacidad y frialdad para tomar decisiones.
El superviviente no necesariamente es una persona adiestrada previamente, puede ser cualquiera, pero se distingue del resto porque es capaz de acometer acciones que nadie puede realizar. Nunca duda y aunque pueda que tenga miedo ese sentimiento no lo paraliza, sino le impulsa a tomar seriamente ideas que la mente racional consideraría, en otras circunstancias, como absurdas.
El superviviente es el resultado puro del instinto, lo único que le importa es su propia integridad, aferrándose a su vida como lo único que vale la pena salvar; aún cuando tome decisiones moralmente cuestionables, se le disculpa y justifica por las circunstancias en que se encuentra: ese es el arquetipo más fácil de aceptar públicamente dado que cuenta solo con opciones que siempre le impulsarán hacia el instinto. Los pocos espacios de reflexión sirven para justificar su amoralidad y planificar su siguiente movimiento, lograr vencer los retos que hay en el camino, es la meta más importante.
En torno al superviviente se crea un oscuro ideal de persona renegada que goza de una libertad absoluta para hacer lo que desee, sin miedo a la represión y libre de inhibiciones, aflora lo que oculta en su interior -frecuentemente, lo peor de sí mismo- con una marcada despreocupación por las consecuencias de sus actos. Para él, los demás son prescindibles porque su utilitarismo es exacerbado y tiende a trivializar las relaciones con otras personas, salvo ciertas excepciones, mantiene con muy pocas interacciones auténticas aunque todas ellas están condenadas a languidecer por su afán de preservarse.
La imagen más común de este personaje, es la de un individuo desarraigado, extraño, egoísta y pragmático, que poco a poco va transformándose en una persona muy opuesta a lo que era hasta el punto de ser un completo desconocido, tanto para sí mismo como para quienes creían conocerle antes de su cambio. Es como si todas las circunstancias se confabularán para demostrar que nadie es lo que aparenta ser, que toda nuestra existencia y creencias son frágiles dando lugar a los instintos más primarios para comprobarlo, como una especie de metáfora que interpreta a la civilización como una ilusión perfecta que oculta lo subconsciente, quien está a la espera de esas circunstancias para liberarse y mostrar al individuo tal como “realmente es”.
Las circunstancias que rodean a un superviviente no necesariamente son un colapso físico, del entorno o de su existencia, incluso teniendo una vida ordenada se enfrenta a situaciones que lo llevan a una estado de desesperación que pone a prueba su racionalidad. Vemos este comportamiento en ciertos entornos laborales, oficios, zonas urbanas, círculos familiares o en la política, allí imperan relaciones instintivasdonde lasasociaciones sólo persiguen un beneficio propio o en caso contrario las “enemistades”, son producto de que se percibe al otro como una amenaza, por lo que se vale cualquier estratagema para destruirlo.
Así las relaciones humanas se alejan de la cordialidad y el respeto, dando paso a la hipocresía y la violencia, esto último no se limita a una agresión física sino también a la manipulación de las voluntades ajenas que producen un desenlace fatal, es decir, usar la persuasión para impulsar a otros a destruirse o ser aniquilados de manera que se pueda conquistar lo que se desee sin necesidad de grandes esfuerzos; el superviviente apela a la picaresca como herramienta y avanza en lograr sus metas. Las personas son cosificadas, no se consideran valiosas y únicas, sino útiles o prescindibles según sea el caso y su necesidad.

La mentalidad popular ha privilegiado al superviviente, le reverencia y perdona sus omisiones, lo tiene como una élite por su desprendimiento y falta de juicio, se le admira su supuesto ingenio para superar las circunstancias más adversas. Es muy apreciado su falta de sentimientos, su desinterés por someterse a la razón, su actitud desinhibida y cínica hacia la vida, se le toma como excusa para justificar decisiones amorales, pero que traen satisfacción como si fuera la encarnación del hedonismo. Se admira su falta de fe en las reglas porque no la percibe necesaria, simplemente actúa y ve los resultados, su pensamiento es inmediatista, entiende el mundo como si fuera una lucha constante donde sólo él puede salir adelante.
Sin embargo, detrás del superviviente se esconde una realidad trágica: la ausencia de unos valores morales sólidos, una irrefrenable necesidad de saciar los instintos, el considerar válido el hacer daño o ejercer la coacción sobre los otros, el interpretarse más importante que los demás, la búsqueda de adulación y una enorme impotencia ante su incapacidad de actuar de manera distinta. El superviviente no cree que el controla su vida, sino que serán factores externos quienes lo obliguen a actuar de esa forma, cree que el instinto es su último recurso para no colapsar, se siente desesperado porque no sabe como controlar sus propios deseos.
Para él lo único importante serán sus necesidades y cree que nadie puede juzgarle por ello, usa las circunstancias difíciles como excusa para protegerse de cualquier crítica o juicio moral hacia sus decisiones, quiere manipular las normas de manera que éstas no lo condenen sino que lo premien por haber superado los retos que enfrentó en la vida, quiere que se le reconozca como un individuo extraordinario porque no tiene dudas ni remordimientos, sino una gran capacidad de reaccionar ante la adversidad de manera firme y contundente.
Quiere ponerse como evidencia de que existe la supervivencia del más apto, en vez de aspirar a buscar maneras más humanas de vivir.
Saque usted sus conclusiones.
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