El «Complejo Censura-Industrial» no es más que el Complejo Militar-Industrial renacido para la era de la «guerra híbrida».
Al igual que la industria bélica, que se complace en autodenominarse sector de la «defensa», el complejo «antidesinformación» se comercializa como meramente defensivo, diseñado para defenderse de los ataques hostiles de ciberadversarios extranjeros que, a diferencia de nosotros, tienen «limitaciones militares». El CIC, sin embargo, ni es totalmente defensivo, ni siquiera se centra principalmente en la «desinformación» extranjera. En su lugar, se ha convertido en un sistema de mensajes implacable y unificado dirigido principalmente a la población nacional, a la que se le dice que la discordia política en casa ayuda al asalto híbrido no declarado del enemigo contra la democracia.
Sugieren que debemos replantearnos las viejas concepciones sobre los derechos y entregarnos a nuevas técnicas de vigilancia como el «control de la toxicidad», sustituir la vieja y rancia prensa libre con editores que afirman tener «olfato para las noticias» por un modelo actualizado que utilice herramientas de asignación automatizada como la «extracción de reclamos noticiables», y someternos a mecanismos francos de control del pensamiento como el «método de redirección», que envía anuncios a los navegantes en línea de contenidos peligrosos, empujándoles hacia «mensajes alternativos constructivos».
A todo esto se une el compromiso con una nueva política homogénea, que el complejo de organismos públicos y privados que se enumeran a continuación pretende plasmar en algo así como una Teoría del Campo Unificado de la narrativa neoliberal, que puede ser perpetuamente ajustada y amplificada en línea mediante algoritmos y aprendizaje automático. Esto es lo que algunas de las organizaciones de esta lista quieren decir cuando hablan de llegar a un «vocabulario compartido» de desorden informativo, o «credibilidad», o «alfabetización mediática».
Los grupos antidesinformación hablan sin cesar de crear «resistencia» a la desinformación (lo que en la práctica significa asegurarse de que el público escuche narrativas aprobadas tan a menudo que cualquier otra cosa parezca aterradora o repelente), y se entrena a las audiencias para que cuestionen no sólo la necesidad de controles y equilibrios, sino también la competencia. La competencia está cada vez más mal vista, no sólo en el «mercado de las ideas» (una idea que cada vez se califica más a menudo de anticuada), sino en el sentido capitalista tradicional.
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