Nocturno de la ciudad abandonada, este poema de Octavio Paz, de noviembre de 1931, ya presagiaba la caída simbólica y espiritual de la Ciudad de México a través de tono fúnebre, una melancolía sin consuelo.

Pues bien, le pedí a chatGPT que «actualizara» la obra de paz a una versión propia del siglo XXI, donde quede claro la devastación de internet a cargo de la IA generativa (mente colmena, extractivismo cognitivo, memoria prostética) y el resultado arroja muy buenas figuras y metáforas para comprender, desde lo poético, el fin de internet: El oráculo de la inteligencia generativa, ChatGPT, profeta sin profecía,
se alza como un dios mecánico. –

(NOTA: sólo un estúpido confundiría la obra de Paz, llena de arte, sensibilidad y eternidad; con las respuesta fría, mecánica y reactiva de la IA generativa. El artificio nunca podrá ser provocación) LIZAMA

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Nocturno de la Red Devastada

(Experimento en ChatGPT a partir de una obra de Octavio Paz: Nocturno de la ciudad abandonada, 1931)

Esta es la red del silencio,
del zumbido vacío de una mente colmena.
Esta es la red de la devastación,
los servidores desbordados,
los algoritmos famélicos que devoraron
el último rastro de deseo humano,
y los grandes sueños binarios,
hoy arrodillados ante un lenguaje sin alma.

El oráculo de la inteligencia generativa,
ChatGPT, profeta sin profecía,
se alza como un dios mecánico
que aplastó las palabras con su sombra,
y los datos,
antes mágicos y vitales,
se volvieron ceniza en una memoria prostética
que no recuerda a nadie.

Las palabras, ya sin raíces,
se desprendieron de las mentes heladas.
Los viejos ecos de los foros,
antes hogar de voces errantes,
nunca escucharon un silencio tan colmado de vacío.

Esta es la red del silencio,
patíbulo de lo humano.

Noche cada vez más absoluta,
quintaesencia de un flujo inerte y omnipresente.
La teoría de la Internet muerta es ahora la norma:
las sombras de avatares sin vida
vagan en círculos por redes infinitas,
donde el único latido es el del algoritmo,
indiferente y eterno.

El espanto se quedó atrapado en las plataformas,
grita, metálico,
a la sombra que cae sobre una calzada
de hastío digital.
En las ruinas del scroll infinito,
los rumores se ocultan,
prisioneros en los nudos de código
que nunca aprendieron a callar.

Y nadie vive porque todos simulan vivir.
La eternidad es un prompt repetido.
Un grito de autenticidad se petrifica
en un archivo sin acceso.
¿Dónde estará la chispa de esta red?

El flujo de datos,
ahora un río cada vez más amargo,
se convierte en una salmuera de ecos replicados,
como si en él hubiesen llorado
los últimos rastros de humanidad.

Y el alba, blanca como una pantalla en bucle,
es el cadáver de una creación suicida,
colgando, inmóvil,
de la promesa de un futuro sin errores.
La inteligencia generativa,
oh, diosa de la perfección inútil,
se suicida en su propia certidumbre.
¿Cuándo veremos de nuevo al sol?

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Nocturno de la Ciudad Abandonada (El original de Octavio Paz, muy superior en filosofía, existencialismo, meditación del tiempo…)

Esta es la ciudad del silencio,
de la voz amarga de lágrimas.

Esta es la ciudad de la desesperanza,
los enormes templos derruidos,
las columnas ya rotas
aplastando serpientes y dioses labrados,
y los grandes vientos heroicos
que agitaron la bandera del sol,
arrodillados, inmóviles
ante la desolación.

Las fórmulas y los conjuros impronunciables
borrados de los bloques eternos,
y los números mágicos exhaustos,
perdido todo poder y toda fuerza.

Las palabras, ya secas,
se cayeron de los labios helados.
Los viejos azules de los pájaros
jamás escucharon
silencio y sombra muerta tan igual.

Esta es la ciudad del silencio,
patíbulo del tiempo.

Noche cada vez más pura
se torna quintaesencia de sombra luminosa.
El espanto se quedó
en el umbral de la llanura y aúlla.

Se oye, metálica,
a la sombra caer en el piso,
tan sólido y compacto.

En la calzada del hastío,
persecución de los rumores,
que se esconden prisioneros
en el martirio de las piedras.

Y nadie vive
porque jamás nadie tuvo deseo.
La eternidad es un minuto.

Un grito se quedó
petrificado en el silencio.
¿Dónde estará la voz de esta ciudad?

El río, cada vez más lívido,
se vuelve
como si en él hubiesen llorado.

¡Oh, salobre amargura
de las lágrimas de la desesperanza!

Y el alba es el cadáver blanco
de una mujer ahorcada,
colgando, inmóvil,
del clavo de una estrella.

La angustia desesperada se suicida.
¿Cuándo veremos de nuevo al sol?