Hoy miércoles salí muy temprano de casa, tomé el Metro y me bajé en la estación Centro Médico, eran cerca de las 8.30 de la mañana; a la salida de la estación vi a una niña de unos 9 años vendiendo chocolates a todo el que pasaba, no le puse mucha atención pues iba retrasado y me olvidé del asunto.
De regreso al Metro, como a las 12.30 me percaté que la niña seguía allí, de pie, vendiendo sus chocolates; me puse a pensar y recordé que entre mis cosas llevaba un perro robot que casi siempre cargo. Lo saqué y me acerqué a comprarle a la niña unos chocolates, mientras me daba mi cambio noté su cara de curiosidad con el perro (pues prende luces y mueve la cabeza):
Yo: ¿Te gusta? Ten, te lo regalo.
Niña: ¿De verdad?
Yo: Claro, ten, tómalo.
Niña (tomando emocionada el perro-robot y viéndome con curiosidad): Oiga señor… ¿Y cómo se llama el perro?
Yo (sin saber qué decir): Se llama… Se llama… Mmmm… ¿Por qué no le pones tú un nombre?
Niña: !Se llama Enedina¡
Yo: ¿Enedina? !Que bonito nombre¡ …Adiós bonita… Cuídate mucho…
Niña (sonriendo): Adiós.
¡Que tonto soy! En verdad que sé muy poco del mundo infantil¡Cómo pude regalarle un juguete a un niño sin ponerle nombre¡
Lo bueno es que ya aprendí la lección para el futuro.
Doctor Jorge Alberto Lizama Mendoza, 29 de octubre de 2008