INTERNET MUERTA: Frankestein y Neuromancer. Dos visiones de la profanación tecnológica

La ciencia ficción es la búsqueda de una definición del hombre y de su status en el universo. Un primer vistazo a este tópico podría parecer más bien irrelevante si tomamos en cuenta que Frankenstein y Neuromancer están separados por más de un siglo.

Durante ese lapso, la humanidad ha atestiguado cambios profundos a una velocidad que quita el aliento. El mundo parcialmente gótico y parcialmente romántico de Mary Shelley es muy diferente de la realidad que William Gibson predice. Sin embargo, no podemos asegurar que no existan vínculos entre ambas obras. El trabajo de Shelley puede ser visto como la aprehensión de un miedo recién nacido con respecto a la invención técnica de la obra de Gibson cuando adivina las consecuencias del desarrollo tecnológico y de la sofisticación. En ambos casos la esencia de la naturaleza humana apenas ha cambiado. Lo que subyace en los dos trabajos es la contienda destructiva de los humanos por más y más, sin importar el precio que deba pagar por su ambición desmedida.

Es indispensable para comprender la complejidad del problema de la tecnología —tanto en Frankenstein de Mary Shelley como en Neuromancer de William Gibson— el contexto histórico en que las obras fueron escritas. Frankenstein lo fue en un periodo de cambios dramáticos —la Revolución industrial—, el Neuromancer de Gibson retoma la opinión de los economistas que creen que actualmente estamos experimentando el inicio de una profunda revolución tecnológica debida al despegue en la tecnología de la información y la comunicación, la cual muchos consideran de igual magnitud a la Revolución industrial.

El segundo leitmotif de mi investigación es el tema de la naturaleza en referencia a la tecnología. Aquí describo la relación del Frankenstein de Mary Shelley con la tecnología y algunos de los temas cruciales concernientes a la tecnología en relación con la vida humana, así como la exploración de las peligrosas implicaciones de los actos humanos de creación. Es interesante mencionar que la novela de Shelley fue —y continúa siendo— uno de nuestros primeros cuentos preventivos acerca de la investigación científica.

Subsecuente y similarmente, al examinar Neuromancer de Gibson y compararlo con las ideas presentadas en Frankenstein, no obstante su naturaleza aparentemente diferente, los temas abordados por Neuromancer son notablemente similares. Veo en los motivos que descansan detrás de la creación artificial una gran deuda con la obra de Shelley. Posteriormente establezco una comparación entre la “odiosa” criatura de Mary Shelley y la poderosa Inteligencia artificial de Gibson, para finalmente condensar la visión de ambos autores, quienes han sido capaces de predecir claramente las consecuencias de la utilización tecnológica inmoral.

Para asociar las dos obras es necesario comprender el contexto histórico en el que fueron escritas. Frankenstein está claramente relacionado con el periodo revolucionario de 1780 a 1830, es decir, el periodo de la primera Revolución industrial. Existía una fuerte convicción en Inglaterra, a principios de la era victoriana, de que los rápidos cambios futuros tendrían lugar, por lo que había también gran diferencia de opiniones acerca de si las transformaciones serían o no benéficas. Conforme los años pasaron, los problemas del industrialismo fueron apreciados como defectos que debían ser eliminados.

Los nuevos frutos de la química, la medicina, la física, las matemáticas, etcétera, fueron vistos como una contribución a un futuro en el que el incremento de conocimiento incrementaría a su vez el poder sobre la naturaleza y, consecuentemente, incrementaría la riqueza. Como Howard Rosenbrock señaló: “La situación victoriana condujo al peligro de la complacencia”. Mary Shelley, a diferencia de sus contemporáneos, reconoció ese peligro y atisbó los riesgos de la sociedad tecnológica naciente, inherente a la investigación científica y a la explotación de la naturaleza.

Es también imperativo mencionar que Frankenstein fue escrito durante un periodo particular de crisis en el humanismo; el fracaso de la Revolución francesa. Es claro que las cambiantes polaridades de la revolución marcaron la novela, la cual reflejó el choque del así llamado “sensualismo” con la realidad brutal de la revolución y el radicalismo resultante. Mary Shelley percibió los peligros del radicalismo y del idealismo abstracto, tal y como puede apreciarse en lo que escribió en su diario: “No estoy en favor de los extremos violentos, los cuales, a su debido tiempo, traerán una reacción injuriosa”.

El nacimiento de una nueva era
En el caso de Neuromancer, el contexto histórico es muy diferente, aunque nuevamente nos confrontamos con el nacimiento de una nueva era, la de la información tecnológica. Hoy día atestiguamos la transformación de la sociedad industrial a la sociedad de la información, pero tenemos el sentimiento de vivir el fin de una era, más que el nacimiento de una nueva. Tenemos un conocimiento y poder sin paralelo sobre la naturaleza, y esto nos enfrenta a dilemas morales y responsabilidades para los que no estamos preparados.

Es exactamente en este contexto en el que William Gibson revela su visión de la nueva era de la información tecnológica, en la que la humanidad no ha sido capaz de hallar una solución apropiada a los dilemas morales impuestos por los rápidos cambios tecnológicos.

Similar al tiempo en que Mary Shelley escribió su novela, el contexto en el que Gibson escribió Neuromancer es el de un cambio tremendo, aunque nosotros todavía no hemos atestiguado una revolución social de valores equivalentes a lo que fue la Revolución industrial inglesa de 1780-1830. En Neuromancer, Gibson no sólo fue capaz de crear un futuro notablemente bien visualizado sino que también presenta el peligro potencial de la conducta humana irresponsable en la utilización de la tecnología. Esta es, en resumen, la interpretación y punto de vista de William Gibson sobre las consecuencias de la futura Revolución informática. Al hacerlo así va más allá de las ideas de los autores tradicionales de ciencia ficción y, como “padre de la literatura ciberpunk”, impone una drástica desviación de los que algunos consideran los “lustrosos puntos de vista utópicos” de la ciencia ficción convencional.

Gibson presenta una visión pesimista, a veces incluso sofocante, del futuro, mostrando el efecto negativo que las tecnologías venideras pueden tener en la vida humana y los tenebrosos resultados de la misma que han hecho progresar demasiado rápido a la humanidad. El contexto en el cual William Gibson ha escrito su libro fue el de la creciente ansiedad acerca de las consecuencias de un desarrollo tecnológico extremadamente rápido, el cual ya ha comenzado a manifestarse en su ambigua naturaleza. Así, Neuromancer es una respuesta de una realidad incierta, más precisa que la de Estados Unidos, que es el país líder en la información y la tecnología computacional. En una entrevista se le preguntó a Gibson: “Algunos estadounidenses arguyen que los europeos tienen más miedo del tipo de sociedad que usted describe en sus libros…”

A lo que el escritor respondió: “Creo que el tipo de sociedades que describo serían más perturbadoras para alguien que vive en una democracia social cohesiva, funcional, que para alguien que vive en Estados Unidos”.

La relación existente entre el hombre y la naturaleza fue el comienzo de la civilización. Como Yoneji Masuda ha remarcado, durante muchos miles de años el hombre estuvo completamente cercado por los sistemas de la naturaleza, a la cual él tenía que destruir o ser destruido por ella. Hace cinco o seis mil años, el hombre tuvo éxito en la domesticación de esos sistemas de la naturaleza en una forma limitada al incrementar la producción agrícola, y la primera civilización fue construida. Esto marcó el inicio de la conquista de la naturaleza por parte del hombre. Pero con la Revolución industrial la conquista de la naturaleza significó ir contra la naturaleza y sus leyes, significó la destrucción de la naturaleza.

Cabe mencionar que la naturaleza es descrita por Mary Shelley como la mujer pasiva que puede ser penetrada para satisfacer los deseos masculinos del científico. El profesor Waldman apunta que en Frankenstein los científicos “penetran los orificios de la naturaleza y muestran cómo ella trabaja en sus lugares ocultos”. Claramente, esta identificación de la naturaleza como una mujer pasiva dirige nuestra atención hacia las consecuencias negativas de la imparable destrucción del ambiente y la disrupción del delicado balance ecológico entre la humanidad y la naturaleza. Shelley nos advierte de la peligrosa división entre las prácticas en busca del poder de la ciencia y las preocupaciones de los humanistas con responsabilidad moral, comunión emocional y valores espirituales. Como Anne Mellor ha observado:

“El científico que analiza, manipula e intenta controlar a la naturaleza, inconscientemente utiliza políticas de opresión sexual. Al construir a la naturaleza como la alteridad femenina, él intenta hacer que la naturaleza sirva a sus propios fines, que gratifique sus deseos de poder, riqueza y reputación”.

Lo que está detrás de los proyectos científicos de Frankenstein es obviamente un intento por obtener poder. Víctor se inspira en los flamantes científicos —que “han adquirido poderes nuevos y casi ilimitados”—, en quienes ha adivinado ese poder ilimitado para ocupar el lugar de Dios en relación a su creación. Al hacer eso no sólo ha penetrado la naturaleza sino que ha usurpado el poder de reproducción en un deseo maniático de controlar los modos de reproducción con el objetivo de que sea reconocido, reverenciado y agradecido como el padre de nuevas especies.

Esa ambición está muy cercana a lo que es el capitalismo: explota los recursos naturales para disfrutar los beneficios comerciales y adquirir el control político. Aquí podemos percibir los efectos últimos de la revolución científica: la naturaleza es percibida como materia muerta. Se le concibe como un sistema muerto, de partículas inertes moviéndose por fuerzas externas más que por inherentes. La manipulación de la naturaleza se identifica dentro de un contexto mecánico, con valores basados en el poder, completamente compatibles con las directrices determinadas por el capitalismo comercial.

Para Frankenstein los órganos humanos y animales, los huesos y la carne que ha reunido para crear lo que él más adelante llamará monstruo, no son más que las herramientas de su negocio y no difieren de sus instrumentos científicos. Esta deshumanización absoluta lograda con la ayuda de la nueva tecnología, como Anne Mellor lo ha afirmado, es controlada por el científico industrial —en los tiempos actuales— mediante su computadora. Lo que es incluso más interesante es que el monstruo de Frankenstein —producto de su revolución tecnológica— posee el poder para destruir a su creador, tiene el secreto de esa tecnología en el bolsillo y, finalmente, la fuerza para cumplir sus propósitos. Esa noción también se aplica en otro producto de ambición humana: la Inteligencia artificial del Neuromancer de William Gibson.

La novela de Mary Shelley toma en consideración el hecho de que nuestro punto de vista del universo y nuestro status en él puede ser cambiado radicalmente. Enfatiza que dichos cambios pueden ubicar al hombre en predicamentos nuevos y difíciles, por lo que la escritora provee una advertencia contra la utilización de la inteligencia científica “divorciada de los principios morales”. Es interesante notar que el joven Víctor Frankenstein deja el estudio de la moralidad a su poético amigo Henry Clerval, más adelante estrangulado por la horripilante creación. Aunque el tema de la moralidad no era un asunto nuevo en para los escritores románticos, fue el talento de Mary Shelley el que aprehendió más exitosamente el concepto, utilizando un género completamente nuevo, mucho más cercano a lo que hoy día consideramos ciencia ficción.

Incluso más importante es la advertencia de Mary Shelley contra los peligros inherentes de los desarrollos tecnológicos de la ciencia moderna. Aunque todavía somos incapaces de reanimar cuerpos muertos, las investigaciones recientes en ingeniería genética y bioquímica, eugenesia y fertilización extrauterina están ofreciendo la oportunidad de manipular formas vivas, algo que antaño estuvo exclusivamente reservado a la naturaleza y a la oportunidad. En su libro pareciera que Mary Shelley ha visto el futuro, un futuro por el que ahora podríamos desmayar. El mensaje de Shelley es claro: un desarrollo científico moralmente irresponsable puede liberar un monstruo con capacidad de destruir a la humanidad. Como la criatura señala: “Recuerda que yo tengo el poder… Puedo desfigurarte tanto que llegarás a odiar la luz del día. Eres mi creador, pero yo soy tu amo”. De esta manera, el cuento de horror de Mary Shelley es para ser percibido no sólo como una historia de fantasmas sino más bien como una visión profunda de las consecuencias probables de la investigación científica y tecnológica moralmente insensible.

La utilización de computadoras no sólo para aplicaciones científicas y tecnológicas sino también en cada una de las actividades cotidianas de los comunes mortales nos ha conducido a rechazar la necesidad de coexistir con la naturaleza, al tiempo que nuestro impacto en la misma es incomensurable. El desarrollo de la ciencia y la tecnología ha operado de tal manera que ha desequilibrado el balance entre los sistemas humanos y natural. Por otro lado es absurdo pensar que debido a que los intereses de humanos y naturaleza tienen vínculos uno con otro, una armonía de intereses presupone la subordinación de uno hacia el otro. Nosotros, como seres humanos, somos parte de la naturaleza y dependemos de ella, al igual que ella depende de nosotros. No hay existencia posible de uno sin la otra.

Contrariamente a Víctor Frankenstein —“ferviente entusiasta de penetrar los secretos de la naturaleza”—, los científicos y la sociedad actuales están más interesados no en explorar a la naturaleza sino en construir un nuevo sustituto artificial de la naturaleza. Así, Gibson retrata un mundo futuro donde la especie humana ha llegado tan lejos en su alienación de la naturaleza que no necesita más a ésta como ambiente indispensable de la humanidad. El hombre puede vivir dentro de un entorno completamente artificial: la Matrix. En Neuromancer, Gibson presenta la idea de una red de información global llamada la Matrix, así como el concepto Ciberespacio, es decir, una realidad virtual con alimentación neuronal directa. Antes de continuar con los efectos de esta nueva era de la información debemos aclarar que la gente es definida por su medio ambiente y reacciona de acuerdo a como reacciona su entorno.

Gibson llega al punto de hablar acerca del Ciberespacio como si éste fuera una droga adictiva y la gente se siente totalmente incompetente sin ella. Case suda frío y tiene pesadillas cuando no puede conectarse a él. Se vuelve autodestructivo al grado de desear su propia muerte. El Ciberespacio se ha convertido en una parte de la identidad de Case y, cuando está sin ella, experimenta vacío y depresión. Se siente atrapado en su propio cuerpo, pero al mismo tiempo poderoso. Ese poder es el que más extraña cuando está lejos de la Matrix y su agonía en Chiba no es tanto consecuencia del veneno ruso en su cuerpo sino de su imposibilidad de ser parte del Ciberespacio nuevamente. De esta manera, el Ciberespacio es percibido como algo libertador, un camino para ser explorado, donde los límites de las habilidades propias son escasas.

Neuromancer empieza casi inmediatamente con la descripción de la adicción de Case. “Todo el speed que toma, todas las vueltas que hace y las esquinas que corta en la Ciudad Nocturna, y continúa viendo la Matrix en sus sueños”. Case no sólo tiene pesadillas sino que consume drogas y vive peligrosamente, intentando llenar el espacio dejado por el Ciberespacio. “Llora por él, llora en sus sueños y camina solo en la oscuridad”. Case extraña el Ciberespacio como se echa de menos a una mujer, pues Case ha vivido por la exaltación no corpórea del Ciberespacio”. Eso es lo que él ganó. Le dio una sensación de libertad y ésta le proporcionó los sueños que ahora tenía. La raíz de su adicción a esa fruta artificial de la tecnología es la libertad intoxicante que provee el Ciberespacio.

La libertad y las sensaciones que experimenta en el Ciberespacio hacen que el mundo real parezca fatuo y mundano. Cuando Case conoce en la Matrix a su novia físicamente muerta puede incluso hacer el amor con ella. La Matrix proporciona a los hombres un ambiente artificial tan complejo y profundo que hace que la naturaleza sea tan común y sin atractivo. Las sensaciones familiares se elevan a un punto muy lejano, más allá de los estándares normales. En el Ciberespacio de Neuromancer ocurre una especie de ironía con el cuerpo de uno, por ser en él en el que el mundo “real” que se siente es más sensitivo para “… el mar de información codificado en una espiral de feromonas”.

El Ciberespacio es tan abrumador que en su propio cuerpo Case se siente atrapado, “se siente preso en su propia carne”. En Neuromancer vemos cómo la gente llega a ignorar sus cuerpos. Como el propio Gibson apunta: “Hay una tendencia en nuestra cultura, en un sentido amplio de la civilización occidental, por rechazar el cuerpo en favor de una idea del espíritu o del alma. (…) Uno puede imaginar una especia muy ascética de vida creciendo fuera de ella, donde el cuerpo es ignorado. Esto es algo con lo que he jugado en mis libros, en los que la gente odia en ocasiones ser recordada por los cuerpos que tuvieron, eso lo encuentran tedioso. Pero nunca lo he presentado como un estado deseable, siempre como algo patológico que crece fuera de la tecnología”. Dixie, el amigo de Case en la Matrix, autodenominado el constructor, existe sólo en el Ciberespacio. No está vivo del todo, por lo menos no como un organismo fisiológico.

De alguna manera, el Ciberespacio ha reemplazado el hábitat de nuestras especies. La ironía es que el Ciberespacio es algo intangible, algo que no existe como un objeto físico real. Como en Frankenstein encontramos la idea de que cuando “la vida” es creada fuera del orden natural, la autodestrucción es inevitable. Un mundo donde “la santidad de la vida” y “el milagro del nacimiento” no existen más y donde “la vida” puede ser interfaseada y aumentada mediante máquinas. La conclusión obvia es que la raza humana, siempre intentando ir más allá de sus posibilidades, se ha convertido finalmente en una prisionera no de su cuerpo sino de algo muy inhumano y al mismo tiempo en un producto de su propio intelecto. La humanidad ha sucumbido víctima de su ambición. En su aspiración por el desafío ha continuado incansablemente su tarea de borrar cualquier vínculo con la naturaleza.

FUENTE

Orlin Damyanov. Revista digital Opera Mund, 20 agosto 2000

Salvado del olvido (internet muerta) por cybermedios.org

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