Decía Einstein que solo había dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana, y que de lo primero no estaba seguro.
El célebre físico alemán se tiraría de los pelos en esta época de ‘selfies’ y ‘postureo’ en la que la sensatez escasea. Entiéndase como estupidez aquella «torpeza notable en comprender las cosas». Y parece que algunos humanos nunca entenderán cuánto vale la vida, y continúan arriesgando sus días por un puñado de ‘likes’.
Desde el año 2008, la búsqueda de la imagen perfecta para impresionar en redes sociales ha matado a 379 personas, según un reciente estudio de la Fundación iO. Una de cada tres personas se encontraba de viaje, por lo que la radiografía del imprudente es un turista, hombre en su mayoría, tanto nacional como internacional, y menor de 25. La tendencia es al alza y, tras un breve paréntesis por la pandemia, ha resurgido con fuerza pese a las numerosas restricciones de viaje aún vigentes.
El último caso conocido en España ocurrió en septiembre, cuando una joven ucraniana de 26 años cayó desde 20 metros de altura por el balcón del Mediterráneo del Castillo de Benidorm. El intento de selfie junto a una amiga se convirtió en una imagen póstuma. La misma fortuna corrió una noruega de 24 años, en mayo, al caer desde una terraza situada en un noveno piso de Marbella; otra mujer de 28 años falleció en noviembre de 2020 mientras se hacía unas fotos con unas amigas en la azotea de un edificio de cinco plantas en Barcelona; y una adolescente de 14 años que cayó desde una claraboya en una planta sexta en Madrid en marzo de ese año.
Erostratismo digital
Entre las razones que pueden explicar que alguien ponga en riesgo su vida para ser viral, está la competición digital que supone Internet. «Vivimos en una economía de la atención, competimos por llamar la atención, por tanto, si queremos disputarla necesitamos utilizar imágenes especiales, duras y desviadas», comenta Myriam Herrera, profesora de Criminología de la Universidad de Sevilla en base a un estudio de la autora de reciente publicación, lo que se considera como ‘erostratismo digital’.

«La motivación por trascender afecta a la intensidad y forma para conseguirlo»
«En Internet, la eternidad es posible gracias a la viralidad», afirma la experta, que añade, que la motivación por trascender afecta a la manera y la intensidad para conseguirlo. «El deseo de producir materiales virtuales no solo opera en un sentido motivacional, impulsando la acción dañina misma, sino que afecta igualmente al modo e intensidad de impacto de dicha acción en términos presenciales». Así, el afán histriónico puede movilizar conductas lesivas más contundentes y visualmente explícitas, por ejemplo, incrementando el peligro de asumir un posado de riesgo. «El hedonismo, la búsqueda de aventura y el impulso simbólico de conseguir una autoimagen idealizada y trascendente nos lleva a la caída de la norma con todos los peligros que supone», concluye Herrera.
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